El arte de la Quietud en un mundo agitado
por Mayte Criado
Reflexionar sobre la quietud nos lleva a fijarnos en cómo incide en nosotros la paradoja actual: vivir en un mundo de estímulos constantes, abrumados por la información y la hiperconectividad impersonal, quizás, deshumanizada y a la vez sentir la necesidad de encontrar momentos de calma y armonía. Parece una situación imposible, pero lo cierto es que el cuerpo silencia sus necesidades hasta que explota estresado y/o agotado y la mente reclama una esencialidad que nunca llega.
En este contexto, hablar de quietud puede parecer anticuado o, incluso, algo inalcanzable. Sin embargo, dedicarse a un tipo de presencia interior capaz de devolvernos al silencio que vive en el fondo de las experiencias vitales, no es un simple respiro en la vida acelerada, sino una habilidad profunda y necesaria que busca regresar a un estado esencial. En lugar de quedarnos en el bucle vacío de la superficialidad, el consumismo de excesos y los ritmos incesantes, este espacio nos permite encontrar claridad y nos deja experimentar el mundo desde una perspectiva más serena y consciente.
Es evidente que acudimos al yoga como quien pide ser rescatado de algún lugar oscuro o del sinsentido existencial. Cuando practicamos Yoga y meditamos, buscamos este espacio perdido e intuimos que es la puerta a una forma de vida transformadora. La quietud interior se ha convertido en un bien de incalculable valor. Se trata de una práctica profunda y a la vez, creativa. Para muchas personas, se trata más bien de generar una actitud. “Parar”, en el sentido de conectarse a la vida de un modo más silenciosos, auténtico y relajado, puede llegar a convertirse en algo bastante revolucionario. La quietud en esta cultura moderna, obsesionada con la productividad y la rapidez, no puede ser únicamente la falta de movimiento o de actividad, sino una elección activa de resistirse a la prisa y a la ansiedad que generan los ritmos frenéticos de nuestras sociedades. Sin duda no es fácil, por eso siempre he pensado que la práctica de Yoga que realizamos y las que ofrecemos como profesorado de Yoga, debe poder alimentar patrones alternativos y alejarse de los que insisten en que nunca tenemos suficiente o que no somos lo suficiente. Este sentimiento se ve reforzado por el yoga de las redes sociales y los medios, que nos presentan una versión de las prácticas demasiado exigente y apresurada, llevándonos al sentimiento demoledor de «no estar a la altura».
La quietud, el silencio interior o la calma, representan y son un tipo de libertad que va más allá de la prisa y del rendimiento. Somos seres en un proceso constante de autoconocimiento. Practicar la quietud es, en muchos sentidos, una forma de redescubrirnos, de permitirnos habitar nuestro propio contenido vital, nuestro espacio y tiempo sin la presión de tener que ser “útiles” o poder siempre “un poco más”.
Hoy día, que atendemos más que nunca a los descubrimientos que presenta la ciencia actual, sabemos que la calma mental tiene beneficios profundos para el cerebro y el cuerpo. Cuando estamos en estado de “no hacer”, el cerebro activa lo que se conoce como la «red neuronal por defecto» (default mode network, DMN). Este modo de funcionar permite que la mente divague, reflexione y procese experiencias de manera introspectiva y, diríamos, casi instintiva, lo que nos ayuda a organizar pensamientos y emociones de manera más saludable. Pero hay también estudios que han demostrado que la meditación y los estados contemplativos que desarrollan la percepción consciente, la observación y la presencia plena, es decir, el estado de la mente intencional, la mente que se da cuenta, no solo reduce el nivel de cortisol y activa el sistema nervioso parasimpático, nos relaja y alivia la ansiedad, sino que contribuye a avanzar en nuestra capacidad neuronal para regular las emociones, los pensamientos y la energía.
En este mundo de la diversidad, la espiritualidad ha tomado formas individuales y eclécticas. Hoy en día, muchas personas buscan la espiritualidad no en las religiones tradicionales, sino en prácticas como el yoga o experiencias personales alejadas de las tradiciones conocidas. El yoga y la meditación proporcionan técnicas para obtener esos estados contemplativos que llamamos en general “silencio interior”. En este sentido, son una puerta de entrada a la espiritualidad moderna, donde lo sagrado se experimenta de manera directa, sin necesidad de dogmas o doctrinas y donde darse cuenta de la propia realidad sirve para transformar y regular nuestras emociones, explorar los aspectos ocultos de nuestra personalidad y conectar con nuestro “yo interior”. Son las prácticas que nos permiten descubrir quiénes somos más allá de los roles y las expectativas que la sociedad o los contextos en los que nos movemos imponen sobre nosotros. En un sentido espiritual, la quietud es el camino hacia nuestro “ser profundo”, una experiencia que, aunque subjetiva y única, conecta con el deseo universal de comprender quiénes somos realmente.
¿Y el cuerpo? en relación con el silencio, el cuerpo es el espacio que nos ofrece plena conciencia. El Hatha Yoga, es decir, el yoga que comienza en el cuerpo físico nos enseña a escuchar las señales de nuestras sensaciones y de la respiración; nos permite descubrir un nuevo lenguaje, aquel que nos acerca a eso que podemos reconocer como nuestro ser más auténtico. En este sentido, el arte de la quietud no es solo una práctica de la mente; es un acto de integración donde el cuerpo se convierte en el protagonista de nuestra experiencia de presencia y autoconocimiento, donde el lenguaje de las sensaciones y de la respiración expresa lo que las palabras no pueden captar del todo. Este lenguaje sutil, que surge de nuestro interior, revela quienes somos y puede ser la llave maestra para acceder al territorio de la paz.
Incluso en las formas de yoga dinámicas, existe siempre un foco consciente que proporciona la conexión mente-cuerpo, lo cual permite alcanzar una quietud interna incluso en movimiento. Si bien el yoga en Occidente a menudo se ha convertido en una práctica física al uso, en su raíz tiene una intención espiritual y meditativa, la de escuchar el lenguaje del cuerpo observando y sintiendo, en lugar de apresurarnos a reaccionar o a interpretar. Es en ese silencio que el cuerpo comienza a «decirnos» lo que necesita, y aprendemos a reconocer el dolor, la relajación, la ansiedad o la paz como mensajes que revelan nuestro estado integral.
La quietud abre un espacio único para la creatividad. Solo parando podemos acceder a esa fuente inagotable de inspiración que todos intuimos tener y que muchos expresan a través del arte. Deshacernos del ruido que nos agota y nos confunde, deja un espacio inmenso para que emerjan intuiciones, pensamientos e ideas que a menudo permanecen ocultos. Aparece la “luz” y en esa pausa creativa iluminada se renueva la mente para convertirse en un suelo fértil donde cultivar la claridad y la serenidad.
La práctica de la quietud no es un lujo ni tampoco una escapatoria: es una necesidad humana básica. En tiempos de cambio y de incertidumbre, el arte de la quietud nos ofrece un refugio y una guía. Nos permite estar presentes en la realidad de la vida con equilibrio y autenticidad.