El cultivo del bienestar
-la visión del Yoga en la cultura occidental-
por Mayte Criado
El concepto de bienestar ha sido interpretado de maneras muy diversas a lo largo de la historia y entre distintas culturas. El bienestar es y ha sido una de las mayores preocupaciones para el ser humano. Todos somos muy conscientes de que la visión del Yoga como camino espiritual o, como hoy día se nombra estilo de vida, el bienestar tiene una connotación tan profunda como abarcadora: dar sentido a la propia vida, conectarse con uno mismo o autorrealizarse son propósitos vitales relacionados con el Yoga. En nuestro mundo occidental actual, el bienestar suele asociarse con la salud física, la comodidad, el éxito profesional o la obtención de dinero y riqueza, por no hablar de la acumulación de likes o visualizaciones en las RRSS.
Demasiada distancia con ese bienestar que promulga el Yoga basado en Ahimsa o en la búsqueda de un estado de equilibrio total que no se limita al cuerpo sino que se alcanza a través de la armonía entre el cuerpo, la mente y el espíritu, algo que se manifiesta tanto en la práctica física de las posturas (asanas) como en la meditación (dhyana) o en la respiración controlada (pranayama), pilares que se combinan para lograr la regulación energética que afecta al organismo y que a su vez genera armonía entre la mente, el espíritu y el entorno. El Yoga alude a un estado que genera equilibrio y sentimiento de percibirse a uno mismo como ser espiritual elevado en sintonía con el universo. Son palabras mayores que se alejan infinitamente de las referencias actuales sobre el bienestar. Pero, ¿Quiere decir esto que cuándo pretendemos descansar, tomar vacaciones o tener una casa más grande estamos tratando de “estar bien” equivocadamente?
Reflexionar sobre cómo los conceptos de bienestar se han ido transformado en el contexto de las sociedades modernas no es una tarea fácil ni puede estar limitada a unas pocas ideas. La complejidad del bienestar se refleja en la forma en que las personas experimentan la vida. Diferentes personas pueden necesitar diferentes situaciones para sentirse bien.
A lo largo del tiempo, la sociedad occidental ha desarrollado una visión del bienestar centrada en lo material y en los logros tangibles. Se promueve la idea de que estar bien se mide a través de la estabilidad económica y la salud, especialmente la salud mental libre de traumas y sufrimientos. Esta perspectiva ha sido moldeada por un sistema económico que privilegia el progreso individual y donde el bienestar se ha convertido en un «producto» que se puede comprar y consumir. Desde aplicaciones móviles hasta retiros de lujo, el bienestar se comercializa y se presenta como algo que puede ser adquirido en base a los recursos económicos que uno tenga.
En las redes sociales, los conceptos de bienestar están muy centrados en la apariencia: es común ver cómo el bienestar se representa visualmente con imágenes de cuerpos perfectos, paisajes exóticos y estilos de vida que promueven el consumo. Sin embargo, esta imagen fragmentada y quizás superficial está desconectada de lo que para el Yoga parece ser la verdadera naturaleza del bienestar, que no puede reducirse a una simple ecuación de éxito exterior o de satisfacción inmediata.
En las antípodas, hay otro concepto de bienestar para millones de seres humanos. Consiste en la obtención de los alimentos y el agua necesarios para vivir, y sin querer ir tan lejos, cientos de miles de personas viven sin techo y sin educación o atención sanitaria en nuestras ciudades. Como para hablar de RRSS o empoderamiento profesional y dinero como base del bienestar. De igual forma, habría que preguntarse si alcanzar la armonía, la integración completa de la persona o la conexión profunda con nuestra esencia interior pueden considerarse un bienestar asumible y posible para todos.
En las sociedades neoliberales actuales, la popularización de las prácticas nombradas como yoga y/o meditación ha generado tanto beneficios como distorsiones. Aunque se trata de propuestas que han ayudado a muchas personas a conectar con lo que sea que identifican como bienestar interior, también han sido absorbidas por el mercado como productos que se venden y consumen. El «bienestar espiritual» se ha convertido en un nicho de mercado donde se ofrecen soluciones rápidas para problemas complejos, desde el estrés hasta la insatisfacción vital.
Este proceso de mercantilización del bienestar ha vaciado, en muchos casos, el sentido profundo que ofrecen los caminos como el Yoga y la meditación, que son recorridos de autoconocimiento y trascendencia. Se han simplificado y se han convertido en herramientas para mejorar la productividad o para lidiar con la presión del mundo moderno sin cuestionar las estructuras que generan esa presión o las injusticias y desigualdades que pudieran estar ocasionando sufrimiento y malestar. Esto ha llevado a una paradoja en la que el bienestar, en lugar de ser una forma de liberación, se ha convertido en una herramienta de adaptación al sistema.
Además, este tipo de bienestar no es accesible para todos. Las clases de yoga y meditación, así como los retiros o productos asociados a estas prácticas, están muchas veces reservados para quienes tienen los medios económicos para acceder a ellos. Esto genera una especie de contradicción que va da al traste con los principios de inclusión que subyacen en la filosofía de vida yóguica.
A pesar de los desafíos y las contradicciones, el bienestar integral propuesto por el yoga sigue siendo un referente para aquellos que buscan dar sentido y significado a sus vidas. Incluso porque redunda en la aportación social y voluntaria que muchos practicantes de yoga realizan para hacer frente a la realidad de que el bienestar que se obtiene de fundamentos existenciales y trascendentes no puede estar desvinculado en ningún caso, de la obtención de ese bienestar básico consistente en que todos los seres humanos puedan tener una vida digna y todo lo que ello supone en medio de las injusticias, las desigualdades y un mundo loco por consumir. Para que el bienestar sea realmente transformador, serían necesarios muchos cambios sociales. No se trata de rechazar las comodidades del mundo moderno o los avances que ha traído la cultura occidental; tampoco se trata de descartar el cultivo de nuestro interior y el desarrollo de la conciencia, sino de integrar el enfoque espiritual con otro que nos haga seres humanos conscientes, solidarios, justos y equitativos. El bienestar no parece ser algo que se pueda comprar ni vender, sino un proceso continuo de vida y conexión con los demás.