Reflexiones Personales sobre la Práctica del Hatha Yoga y la Meditación en el mundo actual, lleno de conflictos y sufrimiento.
Por Mayte Criado (Madâlasâ)
Para que la espiritualidad no me separe ni me aleje del mundo, hago silencio y dejo que de mi corazón surjan los sentimientos que no puedo retener con la voluntad. Reconozco en este dolor que expreso, las hondas y primitivas raíces que me colman de miserias y alientan la percepción del fundamento de toda existencia.
En mi práctica de hoy, la soledad me invade.
En cada âsana, mi cuerpo se ajusta mientras lo percibo ausente y fijo mis ojos en un centro completamente invisible.
En esta espiral de consciencia, no solamente se hacen presentes los encantos de la luz; también se expanden los delirios humanos y las fuerzas que generan la vida hacia los extremos, los contrarios, lo separado: la compleja experiencia dual.
Recuerdo las palabras de los grandes maestros sobre lo que soy y las múltiples posibilidades que en mí alberga lo divino, y me repito que en mí misma, el Espíritu Es, aquí y ahora; Es!, como lo «Es» en el aire o en la noche; como lo «Es» en mis vecinos o en las amapolas y como lo «Es» también en los presidentes de los gobiernos o en el dolor de mi amigo y en las heridas de aquellos que sufren la violencia o la desesperación.
En mi propia conciencia, la del Todo, aquella que me unifica sin separaciones ni fragmentación, vivo también la angustia y el odio, puedo concentrar la crueldad y la sinrazón de todas las guerras: las propias y las colectivas, las internas y las que dejan en el camino a mutilados, enfermos y destrozados. Yo siento ser el centro del huracán que todo lo arrasa y, al mismo tiempo, su implacable firmeza, una especie de quietud profunda y silencio viviendo el fugaz movimiento que genera la vida. Todas las posibilidades se me agolpan.
Mientras sujeto mis pies y flexiono mis caderas busco una unidad para
la que no me alcanza hoy ni la respiración ni el sentimiento.
Constato que el mundo que pasa delante de mis ojos es solo un reflejo incansable de mi misma. No quiero que mis âsanas se olviden o se evadan de ello.
Y más que nunca me afano en trabajar la paz dentro de mi misma. En mi cuerpo, en mi respiración, en mi mente, en el centro de mi corazón: la humanidad «Es».
Busco el centro: El Yoga que haga de mis intenciones un Dharma preciso. Por ahora, Unidad atrapada en un centro compuesto por dos, mejor dicho tres: La percepción de mí misma, el dolor y la ausencia de luz. Los extremos se hacen profundamente patentes, más vivos que nunca, y más inciertos. Esa es en estos días mi práctica: un sin fin de posturas inconexas y malogradas.
La dualidad me penetra.
En mi mente la Luz no es posible.
No quiero que mis âsanas olviden el mundo o lo ignoren.
Mientras respiro, intento huir del tipo de gratificación instantánea que casi siempre busco cuando emprendo algún ejercicio de interiorización. Nada de gratificaciones elitistas y embriagadoras. En este momento de mi vida, no busco ni mi propio espacio, ni mis intensas autoafirmaciones. Me encuentro intentando descubrir el mundo real, ese que despliega sus alas vociferando un grito ancestral y rotundo lleno de injusticia y sin razón. Lo busco en mí para poder ir al encuentro de los demás.
En su mismo centro, aspiro a transformarlo mientras me transformo a mi misma a través de mis posturas desvinculadas y respirando la intensidad y el peso que me acompañan. La velocidad y la consciencia nunca han ido de la mano. Cuando me incorpore quiero sentir que puedo incorporar a la vida aquello que he hallado en mi corazón gracias a la práctica. Mi canto iluminado y herido. Tampoco esto me devuelve ninguna señal de equilibrio. Aun así, en lo más profundo de mi ser, sé que me mueve la Gracia: Soy una mota microscópica en un gigantesco universo infinito.
No soy nada o casi nada en términos duales, pero hay algo que permanece en mí, estoy segura, algo que atraviesa mi centro y me alcanza en lo que Soy. Algo que lo invade todo y todo lo recrea en su infinitud: Lo pequeño y lo grande, lo más y lo menos, el todo y la nada. La Gracia sobrepasa y trasciende lo dual. Tantos años de trabajar la conciencia, al menos me dan para asegurarme, humanamente, de aquello que Soy en mi pequeñez.
Si yo soy todo; si yo soy la eterna esencia viviéndose a sí misma, también yo soy el sufrimiento y la luz que lo refleja a cada instante. El mundo sí. No el happy mundo del happy Yoga sino el mundo que sufre terriblemente con sufrimiento de carne y hueso. Lo demás, en el sentido de técnicas, músicas, estilos, luces y discusiones sobre la dualidad de la mente y su confín a-dual, me parecen banalidades, horteradas inquietantes y conceptualizaciones superficiales mientras la humanidad –de la que estoy hecha- estalla en mil pedazos y los cuerpos se rompen arrastrando los corazones al pesimismo y la desesperanza.
Así que todo lo que ocurre en el mundo ocurre en mi Conciencia. ¿No es así?
Hoy no puedo cerrar los ojos mientras respiro y subo las piernas sobre la cabeza. Tampoco me es fácil cerrarlos sobre mi cojín de meditación. Tengo que estar pendiente de no perder el contacto con las partes de mí que son ellos. Ellos, los que sufren un sufrimiento profundo.
No puedo moverme. Mi cuerpo lo refleja en el âsana.
Situarme en el Testigo mientras observo y percibo mi cuerpo, mis pensamientos y mis sensaciones, no puede apartarme de mi corresponsabilidad como ser humano. Solo debe servirme para generar experiencia de libertad en lo más profundo de mi corazón; cumplir con infinito amor cada una de las acciones que forman parte de mi pequeño mundo. Esto, lo tengo claro, comienza en mi esterilla de Yoga y es el âsana sin ego. Es el âsana que descansa en lo que Es, imparcial en la luz y en la sombra, llena del amor que todo lo envuelve, conectada en sí misma.
Puedo reconocerme en la multitud de maravillosas oportunidades que se despliegan ante mí y que son el mundo en constante y espléndida evolución. El ser humano intensifica su percepción a través del amor.
¿Cómo expresar en el mundo el despertar que cada uno vive y experimenta en la práctica espiritual? ¿De qué manera realizar de manera práctica y real los potenciales que descubrimos en cada uno de nosotros sin tener que abandonar las circunstancias que modelan nuestra realidad cotidiana? ¿Cómo ver la luz a la que aspiramos en cada sencilla travesía por muy dura que ésta se presente ante nuestra vida? ¿De qué manera generar en la sociedad, en el mundo y en lo cotidiano, los mismos impulsos que, con tanta claridad, aparecen en nuestro interior cuando meditamos, practicamos âsanas o danzamos al ritmo de la respiración?
Aquello que sentimos en los momentos de serenidad y calma que aparecen en la práctica espiritual deben ser transformadores y tienen que poder revertir en la humanidad que somos. Por mucho que meditemos y practiquemos âsanas arrastrados por nuestra búsqueda de la verdad, ahí nos encontramos una y otra vez sin hallarnos ni mantenernos en lo que somos una vez que salimos a la vida. Quizás somos conscientes de ello o tal vez no pero cualquier práctica espiritual debe cambiarnos.
Y si ese cambio nos colma, ¿qué impide que volvamos de la meditación o de la práctica del Hatha Yoga resolutivos, positivos y contundentes ante nuestra vida y la vida de los demás? ¿De qué manera vamos a seguir con una práctica espiritual que solo sirve para centrarnos compulsivamente en nosotros mismos? El ti mismo separado de todo; el uno mismo trazando fronteras; el si mismo que vive de la propia retracción.
Cuando mi cuerpo se mueve saludando al sol y a la vida, cada una de mis células celebra el reencuentro con la Gracia: la vivencia del Todo desde la libertad.
El Testigo imparcial dibuja ese movimiento como si la realidad del mundo se recreara en él a cada instante. El sufrimiento y la crueldad me acompañan y mi consciencia se expande rebosante de ellos, respirando la vida en toda su plenitud.
Cada âsana expresa un grito profundo que se abre y crece mientras alargo mi columna, fijo la mirada en el cielo y apoyo las manos en la tierra que piso. Pero el silencio de mi corazón me da el espacio necesario para entender que la posición de mi cuerpo y su movimiento solo es un modo de ensayar mi profunda interconexión con la vida.
Cuando termine mi sesión de hoy, quiero estar preparada para compartir lo que he transformado y cambiado dentro de mí. Desde la humildad de mis posturas, entiendo mi responsabilidad en el mundo porque yo soy el mundo.
Directora y Fundadora EIY