Misticismo en femenino
por Carolina Rodríguez
Formadora de Âsana en la Escuela Internacional de Yoga.
Profesora de Hatha y Vinyasa Flow Yoga.
En muchas culturas, las mujeres han sido vistas como guardianas de la espiritualidad, conectadas con la naturaleza, los ciclos de la vida y el misterio. En diversas tradiciones han jugado un papel fundamental en la búsqueda directa de comunión con lo divino, lo sagrado o el universo.
El misticismo femenino se ha desplegado a través de gran variedad de experiencias espirituales que integran el cuerpo, la emoción, la intuición y la naturaleza como canales en su relación con la divinidad. Ya sea dentro de una tradición mística, filosófica o incluso fuera de las estructuras religiosas establecidas, históricamente y en diferentes culturas, la espiritualidad de la mujer se ha asociado con la creación, la curación y la sabiduría ancestral. Una sabiduría que trasciende lo racional y que está ligada a la intuición como un canal de conocimiento directo.
La experiencia mística de las mujeres que nos han precedido ha llegado hasta nuestros días aunque a menudo, sus prácticas o figuras más representativas, fueron marginadas o minimizadas debido a las restricciones históricas que tuvieron que sortear. A lo largo de la historia, esas mujeres a menudo enfrentaron incomprensión y persecución, dentro de sistemas patriarcales. La misoginia ha permanecido como modelo y ejemplo de las enseñanzas usadas, postergando a las mujeres, como en tantos ámbitos de la vida, a un papel secundario en el mejor de los casos. Aunque la mayoría de las veces, sus vivencias han transcurrido relegadas a círculos alejados de cualquier reconocimiento, mucho menos histórico.
Como en otros aspectos de la vida, también en la espiritualidad, las mujeres arrastramos unos valores que han dado la ventaja a los hombres y que nos han mantenido en la necesidad de recibir su aprobación. Una losa que aplasta y condiciona nuestro potencial y también nuestras sombras. Que determina cómo somos y sobre todo cómo no podemos ser. Que limita el impulso femenino y que, afortunadamente, estamos empezando a levantar para ver la luz que oculta, y también la sombra. Poder aprender a reconocer y trabajar nuestra sombra, sin la mirada controladora que nos ha impuesto la estructura de poder patriarcal, y salir de esa mirada férrea que estructura todo a su favor, nos permite empezar a ver nuestras sombras sin esa perspectiva masculina que solo nos permite ver algunos aspectos. Aquellos que no constituyen una amenaza y otros que hemos tergiversado para encajar en ese enfoque.
Afortunadamente estamos viviendo un reconocimiento del misticismo en femenino. Una espiritualidad no sometida al anterior paradigma. Podemos volver la cara y nuestra atención a las mujeres que antes han recorrido “el camino” y que han sido silenciadas y olvidadas en un mundo en el que solo quedaban pequeños resquicios para ellas. Y recurrir a ellas para tener referencias, en sus distintas versiones y vivencias. Gracias a todas las mujeres y hombres que las están rescatando de ese lugar ninguneado donde reposan sus enseñanzas y que ahora tanto nos alimentan y nos sirven de guía.
Sometidas en ocasiones a la caza de brujas, sus contribuciones dejaron un impacto duradero que hoy nos sirve de referencia. En muchos casos, su misticismo se convirtió en una forma de resistencia y empoderamiento, ofreciendo un espacio de libertad frente a las restricciones sociales.
Como las Beguinas, aquellas mujeres que, en el siglo XII, decidieron agruparse para vivir juntas su deseo de entrega a Dios y a los más necesitados, pero haciéndolo al margen de la jerarquía de poder. No eran bien vistas porque intelectualmente eran superiores a gran parte de la población, y se dedicaban al cuidado de la gente más desfavorecida sin pedir nada a cambio. Esto despertaba un sentimiento de rechazo en la sociedad medieval del momento, ya que ellas proponían a las mujeres existir sin ser ni esposa, ni monja, libres de toda dominación masculina.
Figuras como Santa Teresa de Ávila o Hildegarda de Bingen son ejemplos clásicos de mujeres que vivieron experiencias místicas profundas. Estas mujeres no solo eran teólogas o escritoras, sino que también experimentaron estados que las conectaban con lo divino de una manera directa. A través de sus escritos, transmitieron una visión del mundo espiritual que no solo era teológica, sino también muy emocional y vivencial.
Desde la tradición sufí, Rabi’a al-‘Adawiyya, mística musulmana del siglo VIII, es referente de sabiduría, espiritualidad y ética, reconocida por su poesía y por su énfasis en el amor incondicional hacia Dios.
En la tradición hindú, Mirabai fue una poetisa y devota de Krishna, considerada una de las más grandes santas y místicas del movimiento Bhakti. Sus canciones y poesías expresaban un amor profundo hacia Krishna y, a través de su devoción, representó un camino místico de unión con lo divino. Fue una figura que desafiaba las normas sociales de su tiempo, ya que vivió fuera de las expectativas tradicionales de las mujeres de su época.
Mucho más recientemente, Anandamayi Ma y Sarada Devi, son dos de las más veneradas figuras en la espiritualidad de la India y representan, cada una a su manera, la profundidad del misticismo femenino en la tradición hindú.
Anandamayi Ma no enseñaba una doctrina o filosofía estructurada, sino que su vida misma era su enseñanza. Su mensaje central era la unidad con lo divino y la importancia de la renuncia al ego, de una manera muy amorosa y compasiva. Su enfoque era profundamente inclusivo y no dogmático.
Sarada Devi, conocida como la Madre Divina, no era una mujer que estuviera interesada en teorías o filosofías complejas; su enfoque era el amor incondicional y el servicio desinteresado. En sus enseñanzas, subrayaba que la espiritualidad es accesible para todos, sin importar el género, y que la devoción a Dios y el servicio a los demás son las claves para alcanzar la realización espiritual.
Ninguna de ellas impone su discurso, sino que dialoga y transmite que en lo más interior de cada persona es posible descubrir la divinidad y entablar un diálogo interpersonal, sin postular la disolución del yo ni de las cualidades humanas.
En el tantra, la mujer es considerada como la manifestación de la Shakti, y el misticismo femenino dentro de esta tradición a menudo se asocia a un vehículo hacia la trascendencia en la que lo físico, lo emocional y lo espiritual están entrelazados.
Al hablar de misticismo en femenino, no exclusivo de las mujeres, las cualidades espirituales cobran protagonismo desde una vivencia en horizontal, inclusiva e integradora, que abraza las acciones cotidianas sacralizándolas, frente a la cualidad tradicional masculina de verticalidad, donde se impone el impulso de jerarquizar, y que propone alejarse del mundo para trascender.
El dios de las mujeres místicas pertenece a la experiencia vital y es definido esencialmente como Amor. La entrega al prójimo, el cuidado de los otros, el AMOR en mayúsculas sin esperar recompensa, forma parte de nuestra condición ejercitada por naturaleza o por obligación, aunque a veces esta condición se encuentra también tapada o reprimida bajo varias capas de miedo y sufrimiento, de manera que esa cualidad no consigue ser expresada o vivenciada.
Veo todos los días la red de madres e hijas (que no padres o hijos, en su grandísima mayoría) que por diferentes motivos entregan su vida a los cuidados de sus allegados y que establecen una red de apoyo, escucha y comprensión que me emociona enormemente. Todas ellas entregadas en la medida de sus posibilidades a apoyar a otras en similares circunstancias, compartiendo sus vivencias y su escucha, con el ánimo de sostener, empatizar, prestar su ayuda a cambio de “solo” poder reconfortar en la medida de lo posible a quien lo necesita en ese momento.
Muchas mujeres hoy en día buscan recuperar su conexión ancestral con lo divino y lo sagrado, fuera de los parámetros rígidos de las religiones patriarcales, y encontrar una espiritualidad que celebre la intuición, la creatividad, la emoción y la relación con lo femenino sagrado.
Este renacimiento está relacionado con el deseo de conectar con el cuerpo, la naturaleza y una espiritualidad más inclusiva, y vivirla desde la experiencia humana diaria. Ya no se trata de salir de este mundo para vivir la espiritualidad afuera, sino de tener la experiencia directa de lo sagrado en nuestro cotidiano, dándonos permiso para vivirlo dede varias formas simultáneamente, como medios igualmente válidos, en la que nuestro propio cuerpo es la puerta.
Muchas mujeres educadas en tradiciones occidentales hemos encontrado en el Yoga, una disciplina tradicionalmente de hombres, y ahora mayoritariamente practicada por mujeres, nuestra manera de conectar con nuestra espiritualidad y de acompañar en ese camino a otras. El Yoga se nos presenta como una práctica de unión, no solo con lo trascendental, sino también con una comprensión más profunda de la feminidad y la energía que reside en cada una de nosotras.
Aunque la gran mayoría de nuestros referentes hayan sido hombres, en las últimas décadas una enorme cantidad de mujeres practicamos Yoga para relacionarnos con los aspectos más sutiles y profundos del ser, y experimentar la idea de pertenecer a una unidad común de la que todos formamos parte. Hemos descubierto una vía con la que conectar de forma directa y natural, como si hubiera formado parte de nuestra cultura desde mucho tiempo atrás, y a la que muchas han contribuido aportando una nueva manera de entender la práctica más compasiva y con cualidades más asociadas a lo femenino.
Las mujeres necesitamos encontrarnos con nosotras mismas desde y con nuestros atributos femeninos como guía de crecimiento. Solo reconociendo nuestros dones podemos alcanzar nuestra mejor versión para compartir al mundo, desarrollando todo el potencial que nos ha sido entregado sin ser ninguneado por ser femenino.