Mujer y Yoga
Por Mayte Criado
No es necesario involucrarse en el actual debate sobre el feminismo o el papel de las mujeres en la sociedad o temas relacionados con la igualdad para darse cuenta de que algo debe cambiar. En el mundo del yoga, mi mundo, hay una reflexión que flota por encima de las etiquetas y los debates interesados. Desde hace años, muchas mujeres y hombres practicantes y/o profesores de yoga hablan de esto e intentan vivir de una manera nueva, no solo mirando hacia la historia, que es como es, sino mirando al presente del yoga que, alineado con las tendencias y la deriva de los sistemas sociales, globales y consumistas, parece estar perdiendo su capacidad para hacernos entrar en contacto más cercano con lo natural y con nosotros/as mismos/as. La presencia de la mujer en el yoga es más que evidente en estos tiempos. Ya no es algo que necesitemos reflexionar. La verdadera cuestión es si la imagen modelo de la mujer actual que se muestra en los anuncios del yoga en los países del primer mundo tiene alguna relación con el linaje de lo femenino que busca perdurar y transmitir su verdad.
El Yoga nos ha trasladado siempre un mensaje de paz y armonía basado en un sentimiento primordial cuya máxima expresión se encuentra en el equilibrio entre lo femenino y lo masculino.
El problema es que la hegemonía de la sociedad patriarcal, en todos los ámbitos y rincones del planeta, ha creado su propia reinterpretación de dicho equilibrio durante siglos y lo sigue haciendo. Muchas de nosotras vemos con asombro cómo el yoga, lejos de liberarse de estas ataduras, se somete sigilosamente, en pleno siglo XXI, a los objetivos y dictámenes que caracterizan a este tipo de sociedades, es decir, aquellos que valoran la competitividad, la delgadez, la belleza física, las marcas, el botox o los resorts 5 estrellas, como lo único posible para construir un camino de autoconocimiento. Parece un sistema con vocación de arruinar la libertad de valorar otros recursos basados en el amor y la bondad. Lo femenino nada tiene que ver con semejante dictadura.
Cuando hace varias décadas me propuse crear una Formación de Profesores/as de Yoga, lo novedoso que puse en marcha no fue el programa de formación en sí mismo, sino la posibilidad de que una mujer, por primera vez en España y quizás en Europa, se propusiera crear una escuela (lo que también significa un modo de conducirse) cambiando los parámetros usuales: sin linaje específico, sin gurú, sin territorio definido, sin sistema de pensamiento preestablecido. En su lugar, todo el programa de formación fue concebido para generar el máximo espacio posible para la creatividad y así ofrecer un recorrido evolutivo y renovado, libre de los patrones patriarcales y también libre del ruido ensordecedor de los patrones consumistas que obligan a las mujeres. El objetivo era algo más concreto e inmediato, lo que resultaría en relaciones de igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos. Mi intención era favorecer la vivencia libre tanto de las mujeres como de los hombres en el Yoga.
Aunque los valores que promueve el camino del yoga, como cualquier otro sendero espiritual, son válidos para cualquier ser humano, es una verdadera lástima que en su historia y aún hoy en día, la mujer haya sido siempre relegada en favor de las referencias masculinas. Yo lo he vivido en primera persona como parte de «lo normal» y he tenido que aceptar en innumerables ocasiones que, por ser mujer, en muchas esferas del yoga, que es mi vida, he tenido un papel secundario. Hoy día, la Escuela Internacional de Yoga es respetada como lo que es, una institución de referencia.
La llegada de tantas mujeres al Yoga durante el pasado siglo supuso el inicio de un cambio imparable, y sin duda algo se ha alterado. Es innegable que la influencia de la mujer arrastra consigo una suerte de reivindicación de lo femenino. Pero en una sociedad como la actual, precipitada y estrepitosa, no se trata tanto de ser hombre o mujer, sino de que tanto hombres como mujeres trabajemos juntos para devolver al mensaje genuino del Yoga los potenciales que no excluyen a la mujer en la historia, en los libros, en las referencias, en la enseñanza, en las bibliotecas, en el arte, en la transmisión de los legados, en las organizaciones, en los linajes… potenciales femeninos que nos equiparan en la sociedad y en el camino espiritual, en el amor, en la sensibilidad, en la capacidad de crear y caminar con las mismas oportunidades.
Como alguna vez he escuchado, la sabiduría de las mujeres habría ahorrado a la historia muchos de los mitos guerreros de los buscadores sin arte ni oficio, cuyo único desafío era a su propia realidad. Si hubiera sido expresada, escuchada, escrita y tenida en cuenta en alguna medida, habría ahorrado mucho tiempo de dilucidaciones y laberintos mentales.
Muchos cientos de miles de personas en el mundo, quizás millones, están contactando con la oportunidad de transformación que brinda el Yoga. Porque la humanidad, para salvarse, ya solo puede abrirse a una escucha profunda del corazón para inspirar el devenir de la vida en la sociedad y en el planeta.
En este sentido, el linaje de lo femenino deja ver su esencia.