EL SENTIDO DEL YOGA EN LA VIDA ACTUAL
Cuando reflexionamos sobre el sentido que el Yoga tiene en nuestras vidas y sobre cómo lo estamos integrando en nuestras experiencias vitales, surge la pregunta del por qué tendemos a esperar del Yoga la respuesta a todas las cuestiones sobre nuestra existencia. Tendemos a acomodarlo a nuestras expectativas y necesidades. Sería mejor si tratáramos al Yoga como una guía para poder encontrar en nosotros mismos, los potenciales que dan sentido a todo aquello que nos permite ver lo que somos, recuperando una presencia plena en nuestro propio destino.
En el Yoga buscamos respuestas para conducirnos en el día a día, respuestas para afrontar los retos sociales, para cambiar las emociones, para transformar la propia perspectiva, respuestas hasta para potenciar la personalidad y desarrollar el liderazgo, e incluso para superar y eliminar el sufrimiento físico o mental.
Muchas veces, los métodos, los sistemas organizados de pensamiento, las creencias, las técnicas, las ideas detrás de la manera en la que comprendemos lo que el Yoga nos ofrece, esconden una especie de reto personal que nos exige mucha dureza y confrontación con nosotros mismos. Terminamos buscando un Yoga que nos alimente y nos rete en este sentido. Las ideas entorno al Yoga también pueden llegar a ser muy adictivas y, lejos de servirnos de guía, instalarnos en un laberinto sin aparente salida, dando vueltas y vueltas en un caminar desenfrenado, inconsciente y sin rumbo. Incluso llegamos a acostumbrarnos a los encantos que ofrece la superación personal, la autoexigencia, la presión del ego, el más y más, o el afán por obtener una imagen que nos facilite algún espacio seguro para sentir que tenemos una identidad en los grupos sociales de Yoga. Aquí también se incluyen aquellos en los que el Yoga representa una manera de vestir, de comer, de relacionarse en las redes, de comprar o de pensar.
No sé si con nuestros ideales condicionados por las exigencias de la vida actual, estamos perdiendo perspectiva. A veces nos comportamos como si el Yoga fuera una bandera o una marca que representa un estilo de vida concreto en sí mismo. Hay un Yoga que va vestido de modernidad precipitada, comidas exclusivas, resorts de cinco estrellas, moda de élite y práctica física avalada por artistas, actores y snobs que van y vienen de la India y del Caribe. Es una verdadera ironía.
También hay un Yoga que pretende, por el mismo motivo de las exigencias de la vida actual, retornar al pasado, quedarse anclado en lo que fue por siglos y recuperar la tradición patriarcal y jerárquica para dar relevancia a lo que se nombra como esencia. Alguien tiene la verdad, y si te portas bien y sigues determinadas normas, te la pasan o la alcanzas. Es un Yoga en el que asoman constantemente los matices reduccionistas, lo antiguo y los abusos de poder.
Y para colmo, hay un Yoga que insiste únicamente en mirarse el ombligo, en empoderarse de uno mismo, en fluir en un mundo que “es perfecto” y donde nada debe ser cambiado. Un Yoga que se centra en la autoindagación hasta la saciedad, ajena al gran corazón que es el del mundo entero y el de la unidad de todos los seres humanos. Un Yoga que nos desconecta de la realidad y que olvida que no estamos solos, sino que fuera del ámbito del sí mismo como centro único y principal, hay un corazón universal que late insistente y hambriento de compasión. Un corazón que espera de nuestra responsabilidad un compromiso auténtico con la vida, la propia y la del destino común.
Desde luego que hay un Yoga que no es ni lo uno ni lo otro, ni se encuentra ahí o allí. Es un Yoga que da sentido a la vida actual tal cual se presenta en sus imperfecciones. Es un Yoga que se está abriendo paso de manera rotunda para poder convivir con todo aquello que nos agota y nos cierra, sin miedos, implicado en la transformación del mundo, el individual y el colectivo; un Yoga que pretende cultivar la claridad sobre nosotros mismos y la intimidad con nuestra propia realidad, no para quedarnos ensimismados o dando vueltas en nuestra propia historia, sino para poder estar también al lado de las injusticias, del dolor y de las necesidades de las comunidades en las que vivimos. Un Yoga que nos guía en las experiencias que desarrollamos en esta sociedad que nombramos como caótica y nos inspira a recobrar la quietud, el amor y la solidaridad que tanto anhelamos.
Para muchos, ha llegado un momento en el que se hace necesario dar un sentido real, evolutivo y profundo a la práctica del Yoga y de la Meditación. De alguna manera, dejarse de tonterías y postureos al uso. Ya estamos bastante hartos del consumismo pseudoespiritual o ultraespiritual, del consumo de técnicas, maestros de aquí y de allí, cursos, estudios, conocimientos, más y más perspectivas, más y más blogs, webs, likes. Nos preguntamos ¿Cómo es posible que alguien pueda tener tiempo para integrar, para digerir o hacerse algún tipo de pregunta sobre qué beneficio real se está obteniendo de todo ello? Se genera continuamente una suerte de acumulación de información “profunda” que no lleva ningún freno ni parece saciar a nadie. Hay demasiada energía gastada en alimentar la inquietud. Es agotador porque devuelve patrones, actitudes y comportamientos que aíslan del contacto con lo importante: el dolor, la comprensión sobre las necesidades de los demás, la atención que requiere el amor compasivo, la bondad con nosotros mismos, el cuidado de nuestro entorno, la solidaridad, el respeto…
Resulta claro que hay un Yoga sensible y dispuesto a darnos luz para ver con nitidez los agujeros que hemos ido creando en nuestras sociedades. Una guía que nos propone encontrar un sentido auténtico a nuestra existencia, sin dejar a un lado ni nuestra realidad socioeconómica ni los desafíos que muestra la vida actual en sus múltiples aspectos. Muchos somos sobrevivientes cada vez más cansados de las promesas de unidad que el viejo Yoga por un lado y la gran globalización por otro, nos han trasladado reiteradamente para cruzar nuestras aspiraciones espirituales con los planteamientos de la sociedad moderna. Es un entrelazado que ha causado mucho daño y mucha confusión.
Ya nos hemos desgastado suficientemente en engordar el propio curriculum “espiritual”. Quizás va siendo hora de echar a andar con lo básico, lo imprescindible, lo esencial, lo que no necesita de teorías o esquemas sino de vivencia en primera fila. Ya hemos coleccionado bastantes maestros, pasados y modernos, y también hemos llenado nuestra maleta con sus valiosas enseñanzas, aquellas provenientes de sus experiencias. Sí, las suyas. Pero ¿cuánto tiempo hemos dedicado nosotros a cultivar las nuestras? ¿Dónde están las enseñanzas de nuestras propias experiencias? ¿Cómo y cuándo las hemos estudiado? ¿A quienes han servido? ¿Cómo ha influenciado nuestro entorno?
Hay un Yoga que necesita liberarse de todo este desgaste y hay mucha gente que está implicada en ello. Cada vez más. Muchos estamos dispuestos más que nunca a devolver a la práctica meditativa y al camino yóguico el sentido de guía y camino para entrar sin miedo en nuestras vidas. Si nos tomamos el tiempo para mirar y profundizar en lo que el Yoga nos ofrece, casi con total seguridad vamos a toparnos con nosotros mismos, pero el sentido del Yoga en la vida actual va más allá del nosotros mismos.
Hay un Yoga que está reconquistando su sentido para recordarnos la importancia de recuperarnos a nosotros mismos y así poder abrirnos a la realidad que nos ocupa y estar presentes en las necesidades del mundo que hemos creado. No es momento de huir o evadirse, ni de instalarse a vivir en las afueras de la vida. La velocidad y los ritmos de la sociedad actual están ahí porque son los nuestros. El anhelo de un estado de bienestar basado en la seguridad material, en la belleza estandarizada y, en muchos casos, en un cuidado extremo de la salud, están ahí porque lo hemos alimentado. La búsqueda del placer, el “sentirse bien” ante todo y sobre todo, el hacer de ello el pilar principal de la nueva riqueza, están ahí porque nos está sirviendo. Todo ello, no es más que una especie de refugio que garantiza la protección frente al gran enemigo: la inseguridad, el dolor, la incertidumbre, el miedo y en su máxima expresión, la muerte.
Permitir que el Yoga y la Meditación nos guíen para poder “sentarnos con el enemigo” y permanecer abiertos y receptivos, no es nada fácil. Pero es preciso dar pasos decididamente.
Directora y Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
Profesora de Hatha Yoga y Meditación