Silencio en movimiento
por Carolina Rodríguez
Profesora de Yoga. Formadora en los Programas de Formación de Profesores de Yoga de la EIY. Estudió danza clásica, contemporánea y española. Conectada con el Yoga que desarrolla la conciencia corporal y el movimiento

Sean cuales sean las técnicas utilizadas, meditamos con el objetivo de silenciar las turbulencias mentales y liberar bloqueos físicos, llevándonos a descubrir otros estados del ser.

El estado meditativo aparece cuando, a través de diferentes prácticas, somos capaces de conectar con un estado de flujo consciente y compasivo, que nos permite liberarnos de nuestra identidad individual ilusoria y sentir la libertad de no identificarnos con nuestras imágenes mentales y emociones.

Capaces de conectar con patrones que nos acercan a la unidad (sanadora) desde la experiencia de separación (lo que nos “produce sufrimiento”).

Y es fácil extraviarse, olvidar la conciencia del testigo que nos coloca a una distancia de aquello que observamos para hacerlo con ecuanimidad. Y querer mantener la atención a toda costa puede derivar en una actitud rígida que a la vez nos aleja de aquello que queremos conseguir con la meditación. Tenemos que salir de los patrones rígidos que nos llevan a esa rigidez, para reconocerlos y ser capaces de disolverlos e integrar otros patrones que nos lleven al Silencio. Ese camino es único e intransferible y cada uno tiene que descubrir sus necesidades, su manera de llegar a ese Silencio.

Lo que ocurre es que a veces no estamos en disposición de asimilar o integrar ese camino y la técnica que nos debería conducir, es la que nos aleja de ese encuentro.

Por ejemplo, cuando nos empeñamos en prácticas impartidas desde una gran exigencia física, para las que nuestro cuerpo no está preparado, o que nos obligan a mantener el cuerpo en una quietud impuesta y artificial, muy lejos de nuestro habitual estado de dispersión y estrés, y que nos llevan a desistir más pronto que tarde.

Es necesario aprender a fluir y el movimiento consciente es una oportunidad maravillosa. En la vivencia de que todo está conectado, cuerpo, mente, emoción…nuestro cuerpo denso y nuestro cuerpo sutil…el movimiento del cuerpo nos puede conectar con el aspecto más luminoso de nosotros mismos. Y ese movimiento llevarnos al silencio del cuerpo. Y hacer el silencio en la mente.

El movimiento se convierte en una vía para acceder a ese “darnos cuenta” donde el tiempo es sólo un recuerdo o una proyección, sólo hay presente. Y el foco se mantiene en el aquí y el ahora.

Hay personas con una capacidad innata para la conciencia del cuerpo y el movimiento, personas con inteligencia Cinestésica-Corporal que tienen una mayor facilidad de expresar pensamientos y emociones a través de diferentes habilidades como la coordinación, el equilibrio, la fuerza, la velocidad y la destreza.

Estas personas también encontramos un camino más fácil hacia el silencio mental a través del movimiento, que a través de prácticas más estáticas, o sentados en meditación.

Los estilos Vinyasa en el Yoga, el Tai Chi o el Chi Kung, las danzas meditativas como las de Gurdjieff o las de Osho, meditar caminando como nos enseñó Thich Nhat Hanh o los giros de los Derviches, son algunos ejemplos de cómo se ha ido explorando en maneras alternativas a la meditación sentada o que nos allanan el camino hacia el estado de quietud de cuerpo y mente.

Es un hecho que cada vez hay más científicos interesados en explorar sobre los beneficios de la meditación y nos están informando de cómo los nuevos estudios nos confirman el impacto que la meditación en movimiento genera en nuestra actividad cerebral, produciendo cambios significativos en nuestra salud mental y emocional.

Cuando en algunas disciplinas de meditación en movimiento practicamos en grupo se da algo que también ocurre cuando nos sentamos en grupo a meditar, pero en este caso se establece una comunicación, una sincronización mayor, llamada sincronía interpersonal; al sincronizar el movimiento, la respiración y el ritmo, en ese flujo de movimiento compartido, podemos experimentarnos más allá de los límites que contienen nuestra identidad individual para sentir que no somos algo aislado sino que nos sentimos formar parte de una unidad más grande que va más allá de la suma de los individuos que están presentes, que lo impregna todo.

En el último siglo se han desarrollado técnicas de movimiento consciente como los diferentes estilos de Yoga dinámico, Movimiento Orgánico, Danzaterapia, 5 Ritmos, que nos resultan más familiares con nuestro estilo de vida y que nos acercan a ese camino que nos ayuda a conectar con el corazón a través de la intuición y las sensaciones, no desde la mente. Con aquello que realmente somos y desde donde brota la fuente de nuestra creatividad. La danza, los malabares, las artes marciales pueden ser también formas de meditación, de concentración sin distracciones que elevan nuestro nivel de conciencia.

A partir de las investigaciones de grandes maestros del movimiento han florecido nuevas formas, parece que para llegar al mismo fin, e indagar en esas formas con las que resonamos nos puede facilitar el encontrar nuestro propio camino.

El arquitecto y coreógrafo austríaco, Rudolf Laban, propuso a principios del siglo pasado un paradigma de los movimientos corporales basándose en las relaciones entre las proporciones del cuerpo humano y la geometría sagrada. Sus estudios para explorar en el espacio con el cuerpo a través de la Kinesfera nos proporcionan una forma de conexión con el universo y de conectar con lo sagrado.

Erick Hawkins, bailarín y coreógrafo americano, no concebía sus coreografías si los intérpretes no integraban a la vez la mente, el cuerpo y el alma en su danza.
Podemos recordar la frase de Maurice Béjart, bailarín y coreógrafo expresionista, uno de los grandes renovadores de la danza en la segunda mitad del siglo XX, que decía “para mí, ponerme en movimiento, es empezar a meditar.”

En épocas más recientes y actualmente, maestros e investigadores del movimiento como Marta Schinca u Ohad Naharin, han desarrollado métodos en los que se busca más el fluir de la energía orgánica que la evolución de la energía muscular, el virtuosismo o la estética. En una dimensión donde estar plenamente presente a través del movimiento.

Donde aparece la contemplación y la creatividad; y en donde todo el mundo puede y debe necesariamente conectar con su cuerpo y con el movimiento, como una forma de autoconocimiento, proporcionándoles las directrices para que puedan hacerlo, cada uno dentro de sus posibilidades y circunstancias.

Como ocurre en los diferentes estilos vinyasa en el Yoga, las repeticiones, el ritmo, la respiración, van facilitando ese camino de observación y de transformación de lo que pueda ser transformado. Y elevar lo que tenga que ser elevado.

Es impensable entrenar las partes por separado: todo está relacionado, Todas las partes del cuerpo, tu estado mental y emocional participan del desarrollo del movimiento.

Lo que ocurre en una parte del cuerpo está afectando a todo lo demás, y esto incluye a nuestro cuerpo sutil. Y como vehículo de unión entre todas las capas del ser, un movimiento y una postura se pueden experimentar de forma muy diferente si cambiamos la manera de respirar o, incluso, la forma en que atendemos a nuestra respiración. Como en cualquier meditación, nuestra respiración subyace como punto de anclaje en la evolución del movimiento.

Como en la naturaleza, todo tiene sus ciclos de nacimiento, crecimiento, desarrollo y conclusión. La mejor versión de uno mismo está en continua creación, en continua transformación en la medida en que consiste en una constante adaptación al momento presente, y esa adaptación lleva intrínseco un movimiento. Cuando conseguimos mantener la concentración sin interrupciones, y nos permitimos ser un canal sin intervenir, sin juicios, aparece el observador capaz de percibir un movimiento que brota desde la honestidad, con absoluta naturalidad.

Y entonces te puedes sorprender en un estado de profunda calma en la cadencia rítmica de una caminata en silencio, o en una secuencia o karana de yoga, o quizás observándote en un movimiento frenético, a veces con una música estruendosa, o sentir la ingravidez y la ligereza del elemento éter sostenidas por sonidos binaurales, o sentir la sacudida energética de una respiración de fuego que surge de forma espontánea.

Diferentes rutas para viajar a través de nuestras sensaciones y reconocerlas; para experimentar los cambios que se producen en la respiración, y sentir cómo se traduce en un efecto de limpieza, de profunda descarga sin resistencia. Y entonces el movimiento que resulta es el único posible porque es el único auténtico en ese instante donde no hay tiempo. Y el eco que deja esa experiencia resuena en todos los rincones de la postura cuando al final permaneces en una quietud necesaria y bienvenida, donde el cuerpo ya no se revela y la emoción no se interpone. Y el pensamiento deja de tener la batuta y pasa a ser un visitante más al que dar la bienvenida y atender o simplemente saludar y despedir.